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jueves, 3 de abril de 2014

Doce módulos espaciales

Los arquitectos María Victoria Besonías y Guillermo de Almeida construyeron una vivienda permanente en un pequeño condominio de 16 lotes, en la localidad de Ituzaingó. Entre los desafíos, resolver la seguridad fue clave ya que los autores no querían resentir la integración interior-exterior.



La otra cuestión fue la flexibilidad de uso, ya que si bien sólo la iba a habitar el matrimonio, tenía que estar preparada para recibir visitas y alojar ocasionalmente a sus hijos. Por último, era condición que la casa se desarrollara en planta baja. 

Los arquitectos asumieron estos requisitos como motores para generar el proyecto. “Nos pareció interesante revertir la condición negativa de la seguridad y transformarla en motor de una búsqueda de soluciones que no desperdiciaran el potencial que ese problema encerraba”, explican. Así, la casa se extiende hasta las medianeras, para que sólo dos frentes resulten vulnerables. Las dos fachadas, de casi 14 metros de largo, se transformaron en elementos esenciales. 


Los patios internos aportan luz natural y ventilación cruzada a todos los espacios de uso de la casa de una planta, dividida en 12 módulos espaciales (cuatro de frente y tres de fondo). Estos espacios sin techo se suman a los locales contiguos que otorgan una sensación de mayor amplitud y una atmósfera cambiante por los efectos que produce la luz. “Además, ofrecen un recorte del cielo y del paisaje circundante desde los más variados ángulos de la planta”, explican los autores. 

La fachada hacia el frente se proyectó como un plano compuesto por piezas de madera de quebracho apiladas, que aportan intimidad y resuelven la cuestión del hermetismo. Hacia el fondo, el sistema elegido para asegurar la vivienda se resolvió con una cortina metálica enrollable que al abrirse queda oculta dentro de unas vigas invertidas del techo. 


La solución constructiva del plano de cierre de fachada requirió de un estudio detallado: de esto dependía la presentación de esta vivienda. “Debía ser un elemento que permitiera la entrada de luz pero que, a la vez, asegurara la hermeticidad de la casa”, señalan Almeida y Besonías. Por razones estéticas, se apilaron durmientes de quebracho cortados al medio, encolados y enhebrados entre sí. En el resto de la casa el concreto armado, protagonista exclusivo, fue dejado a la vista sin ningún tratamiento superficial. 

arq.com


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